La Ronda de Motilleja
Músicas, cantares y bailes: El repertorio
En Motilleja se puede estudiar la música tradicional desde el prisma óptico de cualquiera de las diferentes clasificaciones que estudiosos de toda España han descrito con anterioridad para el análisis científico de la música popular en general. Los ciclos del año, los ciclos de la vida, los ciclos litúrgicos, los cantos profanos, los cantos religiosos, las músicas festivas, las músicas para el baile, o los propios bailes sueltos y “agarraos” están presentes y muy vivos en las gentes motillejanas que entienden y valoran eso que les pertenece, “lo de siempre”. Por tanto, no vamos a ser nosotros quienes hagamos una descripción metodológica ni científica, ni vamos a sentar cátedra en algo que ya está más que estudiado y divulgado. Para hablar del repertorio de la Ronda de Motilleja vamos simplemente a relatar de manera sencilla cómo se estructura y se usa, como se llama y cómo se utiliza, cómo lo sienten las gentes de Motilleja, quienes lo perciben como suyo, como patrimonio propio que les pertenece.
Así, tenemos que empezar hablando de los “estilos” que se fundamentan y se agrupan según la función que desempeñan, principalmente se diferencian los estilos que se cantan y los que se bailan. Como es lógico, algunos estilos son más usados que otros por ser tradicionalmente más populares que otros, como puede ser el caso de las seguidillas, baile preferido en el pueblo y tema básico y obligado en el repertorio de la Ronda. Los estilos más característicos de la música tradicional en Motilleja los encontramos en: los cantares y las rondas, entre los estilos de cante, y los bailes agarraos y los bailes sueltos, entre los estilos de baile.
Los Cantares están representados por temas cantados de referente festivo, como es el caso de las toreras, tema en el que se relata un festejo taurino llevado a cabo en la Aldea del Rincón, se nombran a amigos y personajes del lugar con un estribillo muy pegadizo cantado a coro y con ritmo de jota; las tonadas, piezas de diverso género para ser cantadas por una o varias personas, con o sin instrumentos musicales, siendo la más popular de todas la conocida como A la luz del cigarro y otras como La Tarara, Ya estamos de borrachera, campanera, etc.; los cantos de labor, propios de una sociedad rural campesina que al tiempo de realizar las faenas en el campo se acompañaban de cantares alusivos a éstas y otras labores (labranza, siega, trilla, etc.) utilizando para estos temas aires de jota o aires flamencos; los romances, que se difundieron por todos los pueblos de España, también estuvieron muy presentes en Motilleja, contando con temáticas muy populares y versiones locales como fueron los caballeros, los hechos truculentos, los amores no correspondidos, las desgracias de mal casadas, los sucesos de guerras pasadas, o hechos legendarios de distinta índole como es el caso del celebérrimo romance por tierras albacetenses de El Pernales, que narra la persecución y muerte de este famoso bandido en la Sierra de Alcaraz.
Las rondas destacan, principalmente, en el ámbito público, y cuando procede en el religioso, por tanto estaremos hablando de rondas de clara función social, cíclica y festiva para la comunidad vecinal. Las rondas más características son la de los mayos y la de los aguilandos, ejes fundamentales para entender el hecho de rondar por mayo y por Navidad. Los mayos los hay de dos tipos: el mayo religioso, que se canta a la Virgen María en la puerta de la iglesia el día 30 de abril de cada año (Estamos a treinta del abril cumplido, mañana entra mayo, mayo bienvenido) y que se estructura con una introducción en jota, en la que se pide licencia a Dios para cantar, y se pasa al mayo propiamente dicho, en el que se alaba y ensalza a la Madre de Dios y se le piden favores, para terminar con jota en la que la despedida más popular en los cantares motillejanos hace también aquí su aparición: se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena; y el mayo de ronda, o mayo profano, que es con el que se ronda durante esa noche mágica de los mayos a las mozas casaderas de la localidad. Es éste un mayo original que únicamente se acompaña de instrumentos de percusión, principalmente pandereta, donde un rondador canta las estrofas y el resto de la Ronda canta el estribillo a coro. Los mayos destinados a las mozas en Motilleja, como en tantos pueblos manchegos, están cargados de metáforas y de versos llenos de una lírica amorosa extraordinaria (Ha venido la Ronda a cantarte, ha venido a cantarle a tus ojos…, Asómate a esa ventana cara de luna brillante…, Y si debo despedirme yo lo haré con una rosa, que en tu vida encontrarás despedida tan hermosa) cumpliendo la función tradicional de declaración pública de nuevos noviazgos o confirmación de ellos, declarándole el amor a la moza con la que se quiere unir en noviazgo bien al que canta el mayo o bien al que lo ha encargado cantar, quedando de esta forma así establecida públicamente esa nueva relación de pareja, cumpliendo además con el ciclo estacional de mayo, con el ciclo vital de noviazgo, con el ciclo litúrgico del mes de María, etc. En sus orígenes, la fiesta de los mayos, como fiesta propiamente dicha, trata de conmemorar la entrada del mes más fértil del año, del mes de las flores, del mes de los frutos, del mes de los campos preñados, del mes de la esperanza, del mes de mayo, del mes de la primavera. Para ello, la noche previa a su llegada, es decir, la noche del 30 de abril, la Ronda canta durante la noche a las mozas, a la fecundidad, al amor entre mozos y mozas, mayos y mayas, etc. Como ya hemos dicho anteriormente, es interesante vincular y ligar funcionalmente esta fiesta con la declaración pública de noviazgos e intenciones amorosas. Al mismo tiempo, como todas las fiestas que tienen un origen precristiano, y debido, principalmente, al arraigo y a la participación social tan importante, no es de extrañar que la fiesta de los mayos sufriera el proceso de cristianización, y así, de ser una celebración de tipo social de carácter festivo y pagano, sobre un suceso cíclico de la madre naturaleza, la conmemoración adquiere una nueva dimensión, en este caso espiritual y religiosa, que se pone de relieve bajo la advocación de la Virgen, haciendo de este mes de mayo el mes de María, a la que se rinde una especie de culto floral en estos días muy acorde con esa exaltación tradicional de la fertilidad y fecundidad de la naturaleza. Por este motivo, dos son los mayos que se repiten en casi todas las poblaciones que todavía conservan esta tradición tan antigua: el mayo a la Virgen y el mayo a las mozas. Estaríamos hablando, pues, de un mayo profano y otro religioso. El mayo dedicado a las mozas, o profano, estaría basado en la referencia directa y exaltada sobre el mes de mayo junto con elogio de la mujer a la que va dirigido el canto; mientras que el mayo a la Virgen, o religioso, se canta en honor a la Madre de Dios, en señal de alabanza, y en muchas ocasiones cumpliendo una función petitoria y rogativa de buenas cosechas, de lluvias, de alimentos, etc. La conexión entre los dos mayos es más que evidente (formas musicales, formas métricas, estructuras, etc.), de hecho, en muchos pueblos la música de los dos mayos es la misma y sólo cambia la letra, ya sea referida a la Virgen o a las mozas casaderas. Es evidente que, en el proceso de cristianización de esta fiesta, el mayo religioso no es sino una derivación obligada del mayo profano. Los mayos dedicados a la Virgen se suelen cantar, por un entendido respeto tradicional, en primer lugar, acudiendo a las puertas de las iglesias para dar mayor honra a la patrona del lugar. Hay mayos dedicados también al Santísimo, a Jesucristo o a la Cruz, pero éstos son más raros. Tras cantar a la Virgen es costumbre dirigirse a la casa del alcalde del pueblo, como representante de la máxima autoridad, donde se canta el primer mayo profano y se pide permiso para poder realizar la ronda por las calles del pueblo. Y, a partir de ahí, ¡a tocar y cantar, y a echar los mayos que hagan falta!
Por otro lado, y colocándonos en las antípodas del ciclo festivo primaveral, es decir, introduciéndonos de lleno en el ciclo invernal o de Navidad, la ronda aguilandera, la ronda utilizada para pedir el aguilando, ese obsequio (bien en especies bien en dinero) que se hace a los músicos de la Ronda por cantar a la puerta de alguien en la Nochebuena y el día de Navidad, va a ser la gran protagonista de estas fechas navideñas en Motilleja. Para cantar y pedir el aguilando se usan coplillas que hacen alusión al nacimiento del Niño Jesús, a la adoración de los pastores, a la Virgen María y a San José, a los Reyes, etc., sobre todo en las coplas aguilanderas que se cantan en la Misa del Gallo, en la Nochebuena; después, para rondar en la calle se alternan éstas con otras coplas profanas, más alegres, simpáticas, atrevidas y, a veces, picantes, aludiendo a algún músico de la Ronda, o al dueño de la casa donde se canta y no dan el aguilando, etc. Junto a los aguilandos o coplas aguilanderas, también hay un rico repertorio de villancicos tradicionales de la Navidad motillejana que se cantan por las calles y en las reuniones familiares de esos días, acompañados de panderetas y zambombas.
En cuanto a los estilos de baile, ya hemos dicho que la tradición nos habla de los bailes sueltos, “los de siempre”, y los bailes “agarraos” o modernos, éstos últimos introducidos en las celebraciones festivas y salones de baile desde el primer tercio del siglo XX y que terminaron por doblegar y dejar anticuados a los bailes que hasta entonces eran más populares, ésos que en Motilleja cariñosamente se refieren a ellos como “los de siempre”.
Los bailes agarraos se introducen a principios del siglo XX en las Rondas tradicionales como músicas de moda y bailes que rompen con el modelo establecido, el modelo tradicional de una pareja de baile distanciada y sin poder tocarse. Los bailes agarraos supusieron una auténtica revolución en los modales de la época en tanto en cuanto los hombres cogían de la cintura a la mujer y la mujer se abrazaba a la espalda del hombre para poder bailar, dejando a un lado pudores de otros tiempos. Evidentemente esta nueva moda iba a hacer olvidar rápidamente los bailes sueltos en una juventud deseosa de cogerse, agarrarse y arrimarse el máximo posible a su sexo opuesto, y de forma socialmente admitida. Además, estos nuevos bailes se regían por unos pasos muy marcados y muy fáciles de ejecutar, por tanto muy fáciles de aprender por cualquiera, lo que aceleró todavía más el proceso de abandono y olvido de jotas, fandangos, seguidillas, etc., que eran las piezas pasadas de moda, obsoletas, que bailaban sus padres y sus abuelos. Con todo, estas formas coreográficas se seguían utilizando para abrir o cerrar el baile, baile que ahora pasa a celebrarse en recintos cerrados acondicionados para bailar y al que se accede pagando la correspondiente entrada. Los agarraos más populares fueron, en un primer momento, las mazurcas, valses y pericones, todos ellos bailados casi de la misma manera y con los mismos pasos, y más tarde los pasodobles se convirtieron en el eje fundamental de cualquier baile de época. Otros bailes de moda fueron las javas, polcas, chotis, etc, y más tarde los boleros. Resulta curioso cómo, en Motilleja, uno de los temas de baile suelto más tradicionales y de arraigo más antiguo en la práctica totalidad del territorio español haya evolucionado hacia un baile agarrao, y lo que siempre había sido un baile suelto, festivo, de mocedad, de cocinilla, de reunión familiar, de amigos, se convierte por propia evolución, de motu proprio, en uno de los agarraos más populares en el primer tercio del siglo XX, nos estamos refiriendo a las Jeringonzas.
Los bailes sueltos son, por tanto, los más antiguos, “los de siempre”, ésos que, de generación en generación, se han ido transmitiendo y que en Motilleja encontramos algunos ejemplos vivos y otros presentes en la memoria fresca de las gentes que los recuerdan de cuando los bailaron, tocaron o cantaron. Los tres palos más importantes de la música y el baile tradicional de la España del siglo XIX, los que la sostienen y la identifican, se encuentran en Motilleja, o sea, las jotas, las seguidillas y los fandangos. En la ejecución de los bailes sueltos en Motilleja mandaba la mujer, que era quien gobernaba la situación coreográfica debiendo seguir el hombre los pasos y mudanzas que aquélla realizaba. Como en cualquier parte, el baile suelto sera espontáneo y cada bailador o bailadora sólo tenía que seguir el ritmo y aplicar los pasos que quisiera o supiera a la diversión que le proporcionaba el propio baile, a la expresión, a la interpretación y a las más profundas relaciones sociales de la comunidad rural. No había ni entradas ni salidas, no se bailaba al unísono con el resto de parejas, si las había, y las mujeres guardaban sus verguenzas y su decoro a pesar de las vueltas y saltos que los diferentes pasos y bailes les obligaba (lejos de esos tópicos bailes de coros y danzas a los que se nos ha acostumbrado, falseando la verdadera realidad, en los que las muchachas al bailar enseñan al público sus pololos, sus enaguas, la entrepierna y hasta el ombligo; y ¡no digamos nada de los escotes!. Todo falso). En la actualidad se puede ver en Motilleja bailar, principalmente a mujeres, con la espontaneidad y libertad que el baile tradicional siempre ha gozado; sin alardes, sin falsos movimientos, sin forzadas poses, sin alocados saltos, sin “enseñar” nada, etc., y cada bailadora es capaz de marcar sus pasos dándole un estilo propio, personal, a una misma pieza o baile.
Como ya hemos comentado, los tres ejes de la música tradicional decimonónica, jotas, seguidillas y fandangos, los hallamos en Motilleja en forma de músicas, cantares y bailes. De este extraordinario repertorio de baile heredado de las generaciones pretéritas empezaremos a hablar de las Jotas. Tres son las más conocidas, hoy por hoy, entre los músicos de la Ronda: la Jota del vino, tal vez la más popular de todas, conocida también como la Jota de La, cuyas características más destacadas son que siempre se inicia con una copla de Torrás y el estribillo, que se repite siempre, es cantando con energía por toda la Ronda; tiene además un estribillo final diferente, de despedida, muy propio de la música popular motillejana (se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena), siendo este elemento común también a las Jotas de baile en muchas zonas de la geografía nacional; la Jota corrida, que es de ejecución más pausada, más lenta, con todos sus estribillos cantados y unidos a las coplas, de ahí el epíteto de “corrida”, se suele tocar por Re; y, por último, la Jota de ronda, conocida también por el nombre de Jota bonita, es una de las preferidas para el baile por su cadencia musical y su carácter melódico; se toca en tono de Sol y las variaciones entre coplas son interpretadas por los instrumentos de plectro dejando al final de cada variación libertad al cantante para entrar con la copla al que se le apoya con acordes rítmicos tonales. En todos los temas los músicos intérpretes intentan cantar coplas diferentes, nuevas, inventadas, resultando en consecuencia que la misma jota, por ejemplo, siempre es tocada igual pero cantada con distintas coplas. Como todos sabemos la Jota es el baile más popular de España y, en Motilleja, goza de una salud excelente en su variedad e interpretación.
La familia de los Fandangos también está perfectamente representada en el repertorio de la localidad de Motilleja. Se puede decir que hay un gusto muy especial, y a veces extraordinario, por cantar fandangos, en toda su extensión, entre el vecindario del pueblo en general. Cuatro estructuras de fandango son las más destacadas dentro de la Ronda: el Fandango propiamente dicho, que consta de variación instrumental con una frase rítmica y melódica de ocho compases repetidos en escala andaluza, y la copla, o parte cantable, que entra de manera libre con el inicio final de la variación repetida, como cualquier fandango estandarizado; es de baile vigoroso, muy parecido a la Jota; si no se baila, se suele tocar y cantar más despacio para lucimiento del intérprete; el Fandango con estribillo, que, además de variaciones y coplas, introduce un estribillo de bella factura literaria y poética, cantado con ímpetu y sentimiento por toda la Ronda; la Rondeña, tal vez uno de los temas más populares y queridos en Motilleja, por sus estribillos picantes, sarcásticos o graciosos en forma de seguidilla y con la variación instrumental prácticamente similar al mismo Fandango; para la entrada del cantante en la copla los instrumentos le hacen la espera con iguales acordes rítmicos hasta que, como siempre, en plena libertad, el intérprete echa su copla, quien, además, introduce el estribillo que es seguido por toda la Ronda al unísono; tras la copla de despedida, vuelve a cantarse el estribillo final más popular motillejano: se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena; y, por último, la Malagueña, una variante más del fandango genérico que en Motilleja se convierte en un toque vigoroso, introducido en escala andaluza por el laúd.
Al igual que comentábamos en las Jotas, las coplas literarias de los fandangos son siempre diferentes, sólo se mantiene fija la estructura musical, la melodía, y así el que canta tiene la libertad de echar la copla que desee oportuna lo que le otorga siempre un toque de sorpresa y novedad para el público que escucha a la Ronda, también para músicos y bailadores.
Hemos dejado para el final a la familia de Las Seguidillas por tratarse, como de todos es sabido, de la más estimable aportación de las comarcas manchegas a la música tradicional española. En Motilleja, hablar de seguidillas es hablar del baile por antonomasia, del baile preferido, el más popular, el más esperado, el más deseado. Podemos decir que, precisamente, son las seguidillas las que más identifican y diferencian a la Ronda de Motilleja de otras Rondas similares o de otros grupos de música popular. Hay un sentimiento especial cuando se tocan seguidillas, cuando se cantan seguidillas, cuando se bailan seguidillas. Sin lugar a dudas, las seguidillas son las reinas del baile, con un ritmo trepidante y una manera de hacer sonar los guitarros y las guitarras de difícil explicación, con marcación rítmica en las tapas de los instrumentos y una concentración musical intensa con la que los músicos casi alcanzan un estado de éxtasis al interpretarlas. Entre seguidilla y seguidilla, entre copla y copla, se hace un pequeño corte temporal en el que tanto músicos como bailadores recomponen sus fuerzas y alientos. También se pueden interpretar instrumentalmente marcando en este caso la voz, la melodía, con el laúd y el resto de instrumentos de plectro. Otro genéro de seguidillas muy popular y apreciado en Motilleja son las conocidas como Torrás, consideradas ya por los músicos más viejos del lugar como una de las piezas más antiguas del repertorio tradicional. Se trata de un tipo de seguidilla pausada, tocada con un ritmo más cercano a la Jota, en la que la variación musical que antecede a la copla de seguidilla se muestra como retrasada, como recelosa de entrar en ritmo, en tempo, casi descuadrando la marcación, arrastrando su musicalidad, reteniendo su cadencia y dando al baile una mayor vistosidad. Se cantan con un verso introductorio, al igual que las propias seguidillas, o entrada, y le siguen tres partes entrelazadas, unidas entre sí, en las que no se detiene el ritmo musical hasta el final, hasta la copla completa de despedida y con la que, en muchas ocasiones, se suele dar paso a la Jota.
Guitarros, requintos y octavillas: Los instrumentos
No nos cabe la menor duda que la investigación, el estudio y el análisis de los instrumentos de la música tradicional forma parte de una de las facetas más interesantes de la etnomusicología histórica y actual. Existen distintos modos de clasificar estos instrumentos para su estudio, bien se consideren criterios de tipo tipológico, o de tipo histórico, o de funcionalidad y uso por parte de los músicos, etc. Lo cierto es que la clasificación organológica más utilizada, y por tanto más usual y admitida por todos, es la que hicieran en 1914 los investigadores Erich Hornbostel y Curt Sachs, basada en el tipo de emisión de sonido de cada instrumento, estableciendo cuatro grandes familias: aerófonos (el sonido es producido por el aire insuflado por ellos), membranófonos (construidos con membranas sonoras), idiófonos (el sonido lo producen por sí mismos) y cordófonos (el sonido se produce por vibración de cuerdas). Ésta es la clasificación que vamos a seguir también nosotros para describir los instrumentos utilizados tradicionalmente en Motilleja, sin entrar en subclasificaciones que serían objeto de otro tipo de análisis y estudio.
Tan importante como el mantenimiento del amplio e interesante repertorio tradicional de la música motillejana, es la interesantísima gama de instrumentos musicales usados hoy día para la interpretación de ese repertorio. Motilleja, hoy por hoy, se nos manifiesta como un tesoro de la organología tradicional manchega, o algo así como una reserva espiritual de instrumentos y músicos de la tradición. Guitarros manchegos y tocadores de guitarros, viejos violines y tocadores de violines, octavillas viejas y nuevas y tocadores de octavillas, laúdes y bandurrias y tocadores de laúd, guitarras y tocadores de guitarras, panderetas y panderos y constructor de panderos, zambombas y botellas y constructores de zambombas, etc., existen o son recordados de manera reciente, fiel y fidedigna, inducidos todos ellos por la afición tan extraordinaria de muchísimos motillejanos a la música, al cante y al baile, y a la pervivencia estable, y casi ininterrumpida, de las Rondas históricas y músicos posteriores.
Dentro de la familia de instrumentos membranófonos utilizados por la Ronda de Motilleja, destacan: el pandero, que todavía elabora Emilio Sáez, pastor de Motilleja, hecho con piel de cabrito y chapas de hojalata rizada; en su toque se combina la percusión con la yema de los dedos para marcar los tiempos fuertes, y el dedo corrido para los demás; la pandereta, más pequeña que el pandero, se usa de la misma manera; y la zambomba, membranófono frotado usado en las coplas aguilanderas de la Navidad.
El grupo de instrumentos idiófonos están representados por las castañuelas, que evidentemente dentro de la Ronda son de reciente incorporación actualizando así el sonido de la percusión más tradicional; el cántaro, de chapa por ser de los utilizados para guardar aceite, que se percute con un gorro de lana o alpargata y se usa como si de un tambor se tratase; los platillos o chinchines, que son crótalos de bronce de gran tamaño que marcan acompasadamente un ritmo circular y machacón muy característico; la botella labrada que se percute con una cuchara que rasguea los biseles vítreos produciendo un sonido muy peculiar; y el almirez, mortero de bronce, que se percute con su propia mano o mazo a modo de badajo. Pandero, platillos y castañuelas son los más utilizados por la Ronda de Motilleja.
Por último hablaremos de la familia de instrumentos más numerosa y más destacada de la tradición en Motilleja: los cordófonos. En primer lugar mencionaremos al violín, instrumento de cuerdas frotadas que, como en otros muchos territorios del país, es usado también para el repertorio de la música tradicional por músicos que, de forma autodidacta, establecieron su propio aprendizaje y uso de este instrumento. Parece claro que la inclusión de nuevas melodías y ritmos durante el siglo XIX principalmente (contradanzas, minués, polcas, mazurcas, etc.) originó la entrada de algunos instrumentos “cultos” en ambientes populares, como fue el caso del violín, que ahora nos ocupa, la flauta o el acordeón.
La guitarra es el instrumento más popular y el más difundido en toda la comarca y es el acompañamiento fundamental para la voz de los intérpretes cantantes. En la Ronda se toca la guitarra al más puro estilo antiguo en su manera de ejecutar el rasgueo marcando el tiempo fuerte en la tapa armónica del instrumento y cruzando con cejillas las diferentes guitarras de la Ronda, lo que inevitablemente le otorga un sonido original, peculiar, diferente y diferenciador, auténtico y singular. La cercanía a Motilleja de la localidad conquense de Casasimarro, donde desde el siglo XVIII se vienen construyendo guitarras y otros instrumentos musicales de cuerda, ha hecho y hace que actualmente la práctica totalidad de guitarras de la Ronda estén fabricadas por los artesanos casasimarreños, al igual que guitarros, bandurrias, laudes, octavillas, etc. Los músicos más viejos nos recuerdan que en otras épocas usaban la cuerda prima de acero, consiguiendo de esa manera un sonido característico del instrumento.
Los instrumentos de plectro o púa juegan un papel destacado en el repertorio de la Ronda. Son instrumentos de seis órdenes con cuerdas dobles que producen un trino o trémulo al frotar ininterrumpidamente las dobles cuerdas con la púa. Estos instrumentos en la Ronda son: la octavilla, muy utilizada en otras épocas en la comarca y recuperada en la actualidad por la Ronda, es de cuerpo similar al guitarro, en forma de ocho, aunque todavía de menor proporción; su afinación es distinta a la del laúd o bandurria: do#, fa#, si, mi, la, re; la bandurria y el laúd, junto a la octavilla, se encargan de hacer la melodía principal aunque en ocasiones utilizan acordes rasgueados y suelen improvisar melodías y segundas voces como contrapunto a la voz solista del cantante.
El guitarro manchego es de forma similar a la guitarra pero de muy reducido tamaño; consta de cinco órdenes simples que se afinan con la guitarra septimada o cejilla en el séptimo traste y usa las mismas posiciones de acordes que la guitarra. Sus cinco cuerdas pueden ser de guitarra o combinarse algunas de ellas (la prima y la cuarta, por ejemplo) con cuerdas metálicas de laúd. Su manera de tocarse, su rasgueo es la nota más característica de este peculiar instrumento que forma parte de los pocos instrumentos étnicos con los que cuenta nuestra amplia zona manchega, ya que se toca de manera continuada construyendo un ritmo melódico completo para lo cual es necesario agitar la mano derecha vigorosamente y de manera circular, como la propia música que se consigue. El toque de los guitarros de la Ronda de Motilleja en la interpretación de las seguidillas es, hoy en día, una experiencia única, singular, extraordinaria, inimitable e inigualable que cualquier aficionado a la música tradicional puede sentir y disfrutar.
El requinto o guitarrilla tiene también forma de una guitarra, también mucho más pequeña pero, en este caso, mayor que el guitarro y la octavilla, instrumentos afines en la forma. Tenemos ejemplos de conservación de este instrumento en varios pueblos de la comarca. Tiene seis cuerdas iguales a la de la guitarra que se afinan en la, re, sol, do, mi y la, o sea, con la guitarra requintada o con la cejilla en el quinto traste de la guitarra, de ahí su denominación de requinto. Su rasgueo es circular y esplendoroso como en los guitarros.